5 de abril de 2015

Pedro Páramo


Eran las cero horas, o al menos eso creí. Hubiese bastado consultar mi reloj, pero disfruto esos momentos de confusión total cuando, tras un sueño profundo, despierto sin saber si corre el alba, el ocaso, o qué día de la semana es. Me concentro e intento ubicarme por la posición del sol, los ruidos de la calle, el olor de la casa... La mayoría de las veces no tardo más de un minuto en situarme, pero hay momentos como el de aquella madrugada en que, por más que me esfuerzo, no lo consigo. Esa sensación de vértigo y extravío es la que me gusta; sin embargo, yo no había dormido, llevaba horas despierto: ¿diez, quince? ¡Qué sé yo!

Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo.” 1

Era media noche, pero no estaba seguro de la fecha. Terminé un libro y, aunque apenas sobrepasaba las ciento cincuenta páginas, lo había leído con calma, paladeando cada párrafo, razonando cada frase. El tiempo se desvaneció. ¿Uno, dos días?

Por el techo abierto al cielo vi pasar parvadas de tordos, esos pájaros que vuelan al atardecer antes que la oscuridad les cierre los caminos.” 2

Miré hacia la ventana y sentí un fuerte dolor en el cuello. Dejé el libro sobre mi regazó, cerré los puños y me estiré; mis huesos tronaron. Tenía un molesto hormigueo en las piernas. Toqué una de mis rodillas y un millón de agujas la atravesaron. Me contorsioné y eso intensificó la sensación. Me reía a carcajadas cuando mi madre entró en la habitación.
—Hijo, ¿qué haces despierto a esta hora?, son las...
—¡No me digas! —la atajé.
—¿Que no te diga qué?
—No quiero saber la hora... Estoy a punto de averiguarlo.
Me observó con la misma expresión que veía las cacerolas en la lumbre mientras decidía si la comida estaba lista o no.
—... Mañana tienes que...
—¡No! Por favor, mamá. Lo estás arruinando. Me acabas de dar a entender que mañana es día de escuela... Tenía la esperanza de que fuera viernes o sábado.
Vislumbré próxima esa actitud odiosa de cuando mamá perdía la paciencia. Tuve que actuar rápido; además, tenía ganas de conversar.
—Ven, ma. Siéntate.
—¿Estás bien?
—Anda, ¿hace cuanto tiempo que no charlamos?

Los vientos siguieron soplando todos esos días. Esos vientos que habían traído las lluvias. La lluvia se había ido; pero el viento se quedó.” 3

Levantó el libro que estaba sobre mis piernas para examinarlo. Tal vez pensó que le hablaría de alguna chica, o algo por el estilo, y me daba un poco de tiempo para que yo acomodara las ideas y soltara la sopa. Me encantó verla así: despeinada, sin maquillar, con una marca de la almohada en la mejilla; inquieta porque su único hijo tenía un problema amoroso y le haría una pregunta trascendental que ella debía contestar sabiamente. Un millón de preguntas y posibles respuestas debieron cruzar por su cabeza.

Esa noche volvieron a sucederse los sueños. ¿Por qué ese recordar intenso de tantas cosas? ¿Por qué no simplemente la muerte y no esa música tierna del pasado?” 4

—¿Pedro Páramo? —me preguntó—. No sabía que te gustaba este tipo de lectura.
—Yo tampoco, pero me ha encantado. ¿Lo leíste?
—Sí. Es de mis favoritos —dijo buscando su nombre en las primeras páginas. No me había percatado de que el libro era de ella, de sus años de estudiante.
—¿Y le entendiste a todo? —le pregunté.
—Eso no debe preocuparte, hijo. Lo importante es que lo has disfrutado.
—Lo sé, pero ¿le entendiste?
—Como ya te debes haber dado cuenta es un libro que empiezas a leer y no puedes soltar hasta el final. Su lectura no es sencilla; te obliga a buscar puntos de referencia como lo escrito en cursivas o lo que está entre comillas para encontrar la lógica, una secuencia, cualquier pista de la maraña de cosas que suceden y, mientras amarras cabos, te topas con pinceladas de verdadera literatura. Ni siquiera los estudiosos se ponen de acuerdo en una sola interpretación de este libro. Es una lástima que Juan Rulfo sólo haya escrito una novela.

Faltaba mucho para el amanecer. El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se había ido. Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a la que nadie hace caso. Estuvo un rato allí desfigurada, sin dar ninguna luz, y después fue a esconderse detrás de los cerros.” 5

—Tengo la impresión de que algo se me escapó —dije—. Estoy seguro de que la trama es mucho más compleja de lo que pude entender.
—No le busques tres patas al gato, hijo. Podrías estudiar el texto a fondo y encontrar un sinfín de interpretaciones, o buscar algún artículo que ya se haya publicado al respecto; pero ¿qué ganarías? No me malinterpretes, no está mal que quieras desentrañar todos los misterios de esta lectura tan apasionante; lo que quiero decirte es que la literatura es arte, no ciencia.

“—Yo. Yo vi morir a doña Susanita.¿Qué dices, Dorotea?Lo que te acabo de decir.” 6

En ese momento lo recordé todo. No hizo falta ver el reloj: la aurora empezaba a desgarrar el cielo. No era lunes, ni martes, ni jueves: era domingo. Domingo quince de junio. El quinto aniversario de la muerte de mi madre.

“—Siento como si alguien caminara sobre nosotros.Ya déjate de miedos. Nadie te puede dar ya miedo. Haz por pensar en cosas agradables porque vamos a estar mucho tiempo enterrados”. 7

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Todas las citas: RULFO, Juan. Pedro Páramo. México: Fondo de Cultura Económica (FCE), 1955. (1 p. 10) (2 p. 69) (3 p. 117) (4 p. 128) (5 p. 134) (6 p. 147) (7 p. 79)

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